Comentario
Como consecuencia tardía de la desaparición del imperio hitita, en Asia Menor se producen diferentes movimientos y conflictos, con la presencia de cimerios y escitas, hasta que en el siglo VII parece definirse la formación de un reino lidio. Las tradiciones le atribuyen desde el primer momento una gran riqueza, que caracterizaría al rey Giges, fundador de la dinastía de los Mérmnadas, en conflicto con Candaules. Antes, el rey Midas ha dado ocasión, en Frigia, con su riqueza al nacimiento de la leyenda del que transforma en oro cuanto toca. La tradición atribuye a Lidia el origen de la moneda y de la tiranía griegas, dos rasgos característicos de la evolución del arcaísmo hacia formas productivas y sistemas políticos coherentes, capaces de estructurar una nueva sociedad.
Creso, a mediados del siglo VI, igualmente famoso por su riqueza, entró en contacto contradictorio con los griegos de las costas de Asia Menor. Desde Giges, los lidios los habían atacado esporádicamente, pero también habían establecido con ellos relaciones de colaboración que favorecieron en gran medida los contactos de las ciudades griegas con oriente, promotores de su prosperidad económica y desarrollo científico y cultural. Creso fue el primero que, según Heródoto, se dedicó a conquistar ciudades. Su modo de intervención fue el de la imposición de tributos, sin que parezca haber interferencias de tipo político. Posiblemente, los gobernantes de las ciudades, aristocracias o tiranías, se acomodaban al sistema tributario a cambio de la estabilidad que los lidios podían proporcionar a su propio dominio.
Creso, por otro lado, experimentó un fuerte proceso de helenización que facilitaba en lo ideológico las relaciones creadas. Creso consultaba el oráculo
de Delfos, buscaba la alianza con Esparta y, en un diálogo ficticio, Heródoto lo convierte, frente a Solón, en el personaje alternativo al sabio moderado, el rey que aspira a la riqueza y se halla satisfecho con lo que considera su felicidad, sin darse cuenta de que, en la mentalidad griega soloniana, tanta felicidad trae consigo de manera inevitable la ruina y la destrucción. Como personaje externo al mundo griego, Creso sirve como modelo del tirano, consciente de su propia felicidad e inconsciente de sus peligros. En efecto, en la época de Creso, que confiaba en poder destruir un gran imperio, el de los persas, lo que hicieron los lidios fue destruir el suyo propio, por la propia iniciativa del rey, confiado en su fuerza y en el oráculo ambiguo de la Pitia délfica, que no especificaba qué gran imperio iba a destruir.